sábado, 10 de octubre de 2009

Esas palabras

Y así empezó todo. No fue amor ni fue embriaguez, fue sólo la convergencia de dos soledades que irónicamente desean acompañarse; fue esa pequeña chispa que inquieta, que guía y empuja a pensar en un “¿por qué no?”, “¿puede ser?”, “¿y si es ella lo que busco?”, “si me gusta, ¿por qué no intentarlo?”... esa chispa insignificante que con el paso del tiempo, los besos y los roces se convierte en un fuego intenso alimentado por las bellas palabras, por las gotas de sudor que se mezclan, por los besos recorriendo milimétricamente la piel erizada, por el cosquilleo en el estómago, por las largas e interminables charlas, en fin, un intenso fuego alimentado por todo aquello en que nos convertimos tu y yo cuando somos uno, cuando charlamos, jugamos y reímos, cuando nos tocamos, lamemos y apretamos, cuando las luces se apagan, cuando me besas y susurras en mi oído una que otra palabra que me estremece, cuando me miras y te miro, cuando sonríes y me abrazas queriendo fundir tu cuerpo sobre el mío y despertando en mí millones de sensaciones infinitamente placenteras, cuando me hablas de ti, de tu gente y tus sueños, cuando me pierdo en tus senos y olvido por un momento mi razón sintiéndome idiotizado por la interminable belleza de tu cuerpo, por la enigmática y deslumbrante magnificencia de tu alma, cuando anhelo con todas las fuerzas de mi corazón volverme uno contigo y llegar a amarte como nunca he llegado a hacerlo, sabiendo que tú estarás en la misma sintonía que yo, que no hará falta que mis labios se muevan para que tú sepas lo que deseo y lo que siento, cuando puedas tú y pueda yo susurrar esa palabras que estarán prohibidas mencionar a la ligera, que son tan simples que se tornan divinas y tan ardientes que a veces son infernales, esas palabras que sólo se dicen cuando la muerte ya no importa y el mundo ya no existe, esas dos palabras que ni tus labios ni los míos mencionarán porque antes el corazón ya lo habrá hecho: te amo.

No es el hecho de perderte

No es el hecho de perderte,
no es la tarde ni es el frío;
es soñar y al despertar no verte,
es el mar, el mar amargo del olvido.

No es la luna ni es el sol,
no es mi cuerpo necio y perdido;
son tus labios, tu calor,
son mis manos que acarician el vacío.

No es tu risa ni tu pelo,
no es que sueñe con tu abrigo;
son tus pechos en mi boca
y ese viaje al infinito.

No hay angustias, no hay tormentos,
no me siento derrotado;
de perderte me arrepiento,
pues de ti me he enamorado.

No me importa si no vuelves,
no te angusties por mi estado;
en mi alma no hay rencores,
¡en el alma que has quebrado!

Alma que llora y llora,
alma de un fracasado;
alma que a ti te añora,
alma de este perro desgraciado.

Sin tus brazos, sin tu aliento,
sin tu piel, sin tu cariño;
sin tu cuerpo que no encuentro
yo soy frágil como un niño.

Si mis lágrimas escurren,
si mis manos se han cansado;
si mis ojos se enrojecen,
no es mi culpa, ¡soy tu esclavo!

No es el hecho de perderte,
ni el placer de mi boca en tus senos;
es el hecho de quererte
y amar lo que nunca seremos.

No es el lecho ni es la nada,
ni tus gritos ni la calma;
no es la vida ni tu almohada,
es tu cuerpo con mi cuerpo destrozándose en la cama.